Víctor Chocobar - Fundador de La Terraza de Apple, banda tributo a Los Beatles
Mark David Chapman era un oscuro guardia de seguridad, de 25 años, que firmó como “John Lennon” la planilla de salida de su último día de trabajo, el 23 de octubre de 1980, cuando renunció a su cargo en un edificio de Honolulu.
Nacido en Texas, el 10 de mayo de 1955 creció amando a Los Beatles como todos los jóvenes de su generación. En 1969, tuvo desarreglos en esa idolatría cuando probó por primera vez drogas y renunció a su amor por el célebre cuarteto al integrarse a una secta religiosa que los odiaba irracionalmente.
Sumó a sus fracasos escolares de entonces una irregular búsqueda de empleo que lo llevó incluso a Beirut a sus 20 años. Dos o tres tentativas de suicidio y grave crisis de identidad marcaron la post adolescencia de Chapman.
Su casamiento con Gloria Abe, una japonesa, en 1979, no iría a cambiar mucho su gris panorama. Compraba y vendía piezas de arte, llegó a adquirir en 5.000 dólares una litografía auténtica de Salvador Dalí, pero tal vez su adquisición más importante por ese entonces fue el revólver calibre 38 que compró el 27 de octubre de 1980, argumentando que lo necesitaba por su empleo de policía privado, aun cuando había renunciado a este cuatro días antes.
Viajó solo al continente desde Hawaii, visitó a su padre en Atlanta, estuvo unos días en el refinado Waldorf Astoria de Nueva York para luego alojarse en un hotelucho vecino al edificio Dakota donde, como otras celebridades, vivían John, Yoko y Sean, el pequeño de cinco años a quien Lennon dedicó su “Beautiful boy”, una deliciosa canción en que refleja su amor de padre.
Volvió a Honolulu, nadie sabe para qué y regresó a Nueva York el día 5 de ese fatídico diciembre, alojándose en el YMCA de la calle 63 y luego en el Sheraton Centre Hotel de la 52 y séptima avenida. El día 6 inició su vigilia frente al Dakota, un precioso edificio que fue el primer rascacielos exclusivo de departamentos que se construyó en Nueva York a finales del siglo XIX, frente al Central Park, en uno de los más bonitos lugares del West Side de Manhattan. Chapman solo llevaba consigo su nuevo revólver 38, un ejemplar de “El guardián del centeno” el libro de Salinger y un disco “Double Fantasy” que Lennon acababa de editar.
El lunes 8 amaneció frío pero soleado en la Gran Manzana. La espera dio sus frutos: a las cinco de la tarde, Lennon, acompañado por su inseparable Yoko, salió del Dakota. La limusina lo esperaba fuera del edificio, algo no habitual, ya que usualmente los coches sacan a los famosos desde dentro mismo del predio. Chapman se acercó a su ídolo, quien cortésmente le firmó “John Lennon 1980” la tapa de Doble Fantasy”. Hubo una foto de ese momento.
El viaje de Lennon a los estudios Record Plant lo trajo de regreso a las 10.50 con las cintas de “Walking on thin ice”, el tema sobre el que estaban trabajando. Chapman seguía allí. El auto volvió a detenerse sobre la acera del Dakota, contraviniendo elemental norma de seguridad. Bajó Yoko y por detrás John, seguido a pocos pasos por Chapman, quien lo llamó: “¿Mister Lennon?” y al ponerse de frente le disparó cinco balas de su 38 para luego, azorado él mismo ante el magnicidio que acababa de cometer, sentarse en el cordón de la vereda esperando entregarse a la Policía. John atinó a dirigirse a Yoko y decir: “Me ha disparado”, antes de largar un borbotón de sangre y quedar en estado de inconsciencia. Jay Hastings, el guardia del Dakota lo auxilió de inmediato, como fue también el arribo de la policía, que detuvo a Chapman preguntándole: “¿Usted tiene idea de lo que acaba de hacer?”, recibiendo un frío: “Sí, he matado a John Lennon”.
Aún con vida
Los agentes Palma y Moran, de la Policía de Nueva York, llevaron de inmediato a Lennon en el asiento de atrás del patrullero, a falta de ambulancia, al Hospital Roosevelt, adonde John llegó todavía con vida. Las heridas fueron de tal magnitud que los esfuerzos de la guardia médica no alcanzaron y antes de la medianoche, John Lennon había muerto.
Esa misma madrugada, Yoko llamó por teléfono a Julian, el primer hijo de Lennon, a la tía Mimí, quien abnegadamente había criado al fundador del grupo más importante de la historia y a Paul McCartney, compositor junto a Lennon de la música que es la banda sonora de toda una época.
Chapman purga todavía, 35 años después, una condena a cadena perpetua en la prisión de máximo rigor de Attica y le fueron denegados ocho veces los ruegos de conmutación de pena y libertad condicional que hace, aparentemente avergonzado y arrepentido, cada dos años desde 2000. A cada uno de sus pedidos, Yoko, corrida vista, se niega sistemáticamente con escritos que son todo un manifiesto contra la violencia y de respeto hacia los millones de admiradores de Lennon, para quienes sería insoportable que su asesino anduviera por la calle libremente.
Chapman dijo muchas veces que matando a John Lennon, él por fin se convirtió en “alguien” y que lo eligió por la facilidad que representaba el beatle como blanco, ante la dificultad de acceder a otros famosos como Ronald Reagan, Elizabeth Taylor y el propio McCartney, a quienes tenía enlistados en su demencial intención de alcanzar celebridad. Como pocos otros momentos de nuestra vida, todos recordamos cuando recibimos la noticia de la muerte de John Lennon con la misma intensidad con que su música, su poesía y su mensaje todavía forman parte de nosotros.